18 junio 2006

Sin titulo aún

Me falta hacerle correcciones, dejenme su comentario si les parece...
(la idea me la dio una persona una vez)



Como cual caminante sobre el pavimento, ella se encontraba en su rutinaria vida, asqueada de dar los mismos pasos día tras día pero reconociendo que su vida dependía de su misma rutina y que el día que se rebelara contra ella quedaría ante su gran temor, la incertidumbre, la duda, el temor o el amor.
En silencio meditando en aquellos pensamientos que la perseguían diariamente demostraba estar segura de si misma e inmarcesible ante los posibles peligros que podían atentar contra ella. La armadura que aparentaba tener no era mas que su defensa ante los cargos que se le imputaban, su paciencia no era mas que una fachada a la ansiedad que la acorralaba. Su sonrisa no era mas que un dibujo que exponía cuando las lagrimas recurrentes tomaban un tiempo de reposo. En medio de la nada ella caminaba, como cual somnoliento se pasea en sus sueños, sus respuestas ya programadas y sus movimientos previamente planeados hacían que su vida fuera aún más apestosa. Solo ella conocía sus sentimientos, sus no dados ante quien intentará traerle algo de amor a su vida, no se permitía descubrirlos a nadie sino solo a ella y a su almohada durante las noches.
Luego de un día más de trabajo, de estudio, de amistades llegaba a su casa y realizaba las mismas actividades. Buscaba la llave en la puerta de su departamento recién alquilado intentando probar una nueva rutina que la acorralaría nuevamente, abría lentamente la puerta prendiendo inmediatamente la luz creyendo que si habría algún ladrón dentro omitiría robarle porque la luz ya había sido prendida! como si los ladrones fuesen una especie de vampiros que le temían a la luz. Despojándose de su bolso, de sus zapatos, de sus abrigos abría una de las alacenas para buscar el alimento de su única compañía que la esperaba todos los días cansada también de su asquerosa rutina. Lentamente abría la puerta de la jaula e introducía el pequeño recipiente con maíz cerrando rápidamente la jaula nublando toda esperanza de libertad de su compañera. Sus alas las cuales alguna vez habían sido blancas, hoy ya se encontraban grises, sin vida, como cada uno de sus días, sus cuerdas vocales ya estaban cansadas de emitir sonidos pidiendo por su libertad, se encontraba rendida en uno de los extremos de su prisión, de su hogar, de su jaula, escuchando cada día las mismas palabras de parte de ella. ‘’Tal vez no entiendes porque hago esto, pero te puedo asegurar que estar aquí es mucho más seguro que estar en aquella selva’’ decía señalando hacia la calle que se veía por la pequeña ventana del diminuto departamento. ‘’Hay muchos peligros allí para una paloma tan bella como tú, te encontrarás con muchos animales que podrán ponerle fin a tu vida cuando lo deseen, habrá quienes te lastimen y se marchen sin importarle tu moribundo estado y hasta podrás desfallecer de hambre al no encontrar alimento’’ seguía diciéndole ella a esa paloma que tenía desde niña y que había tomado como única compañera... como su prisionera.
Día tras día ambas se encontraban en la misma jaula, en la misma prisión. Podía llegar a ser verdad los peligros que ella le mencionaba, pero nada de eso le quitaría el gusto de haber vivido su vida por ella misma y de sentirle ese aroma de peligro al dar un paso sin saber que vendría como consecuencia.

Sus vidas eran muy similares, ella, la cautivadora, ella, la cautiva. Una era la carcelera, y la otra la prisionera, pero ambas eran iguales, ambas se encontraban presas, una dentro de una jaula en un diminuto departamento que era lo único que había conocido en su vida, a excepción de la casa en donde había vivido cuando fue tomada prisionera. La otra, era presa de sus sentimientos, del prohibirse amar, de encerrarse en aquel mundo que podría llegar a traerle penas pero también alegrías. Ambas eran presas, una fue recluida y la otra aislada por propia decisión. Tal vez ella, paloma bella, encerrada en aquella jaula que nunca podría volar, simbolizaría el propio corazón de la carcelera que bloqueaba toda acción que le permitiese amar, soñar, temer, sufrir... vivir. Simplemente un ente que caminaba por la calle con su corazón enjaulado omitiendo todo sonido que reclamara libertad. Omitiendo todo aleteo de aquella bella paloma para demostrar que si bien afuera podría sufrir, valía la pena sufrir para sentirse viva.
Con su corazón atado, con sus sentimientos encerrados, enceguecida allí estaba ella, alimentando su propia cautividad.

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