19 junio 2005

Testigo Mudo

Recién llegaba a la casa, con mis nervios al extremo fui alojada en allí. Al principio no hacían más que mirarme y elogiarme por mis cualidades, al cabo de unos días para la gran mayoría ya no existía. Mi presencia solo era percibida por ella.
Con solo 32 años, era una mujer muy bonita. Se destacaba por sus modales cordiales, a quien viniera pidiendo ayuda ella le ofrecia lo que tenía. En cambio él era todo lo contrario, cuando la gente lo rodeaba parecia una persona muy amable, sin embargo cuando estábamos solo nosotros en la casa, él se transformaba en quien realmente era, un esposo golpeador.
Durante mi estadía allí, todos los días vi lo mismo. Ella se levantaba a las ocho de la mañana, le preparaba el desayuno (él siempre buscaba algo por que quejarse), planchaba alguna que otra ropa de ambos, limpiaba la casa, y antes de irse a trabajar le cocinaba el almuerzo para que él tenga que comer, ¡pobre de ella si no se lo hacia! Una vez se olvido de prepararlo y cuando llego a su casa él de la nada le armó una discusión que le provocó a ella un hematoma en el ojo durante dos semanas. De ahí en mas ella comenzó a anotar todo lo que tenía que hacer para no olvidarlo y no padecer tales castigos.
Así era todo los días, ella salía a las doce del mediodía para entrar a trabajar y regresaba a las nueve de la noche, no se sacaba siquiera los zapatos, sino que entraba derecho a la cocina para preparar la cena. Su vida siempre tuvo la misma rutina, o por lo menos durante todos los años que yo estuve aquí.
Su familia intentó persuadirla a que se separe, sin embargo ella se rehusó, siempre me pregunté que fue lo que la aferró tanto a ese hombre.
Llevan ya siete años de casados, por lo que escuché él comenzó a tomar hace cinco años y desde ese tiempo la comenzó a golpear, igualmente dicen que siempre fue violento pero nunca había pasado de las agresiones verbales hasta estos últimos años.
Gracias a Dios nunca tuvieron hijos, no quisiera imaginarme lo que seria para tales criaturas vivir en semejante ambiente.
Son las diez de la noche y ella aún no ha llegado, lleva una hora de retraso, él está furioso, creo que hoy no va a ser una buena noche.
Botellas de cerveza vacías, remeras, pantalones, polleras, buzos, zapatos, carteras, maquillaje, jarrones, platos, libros, adornos, cuadros, todo se encuentra tirado en el piso.
Solo se percibe un ambiente de pura tensión, los insultos, los gritos y los golpes dan hoy el presente. Ya presencié otras veces situaciones similares pero ésta es una de las discusiones más duras que he vivido .
Puedo ser testigo de que no hay mujer tan buena como ella, estoy segura que no se merece de ninguna forma un esposo como él. Una buena ama de casa, excelente esposa, óptima cocinera y diligente trabajadora, siempre le ha sido fiel a pesar de su maltrato, no hubo demanda que ella no haya satisfecho, a pesar de que éstas son cada vez más exigentes.
Su retraso a casa había sido a causa de la perdida del colectivo que la traía de regreso, pero a él no le importó nada de eso, ni bien ella entró, él se encontraba con un vaso de cerveza sentado en el comedor esperándola (aclaro que durante el último año él dejo de trabajar ya que no duraba en ningún empleo debido a su vicio al alcohol). Para evitar todo tipo de conflicto ella pidió disculpas por la tardanza y fue directo a la cocina a preparar la cena. Él insatisfecho por esta actitud fue tras ella, yo no pude ver más lo que sucedía, solo pude escuchar los gritos de él:
_ ¿Dónde estuviste?, ¿Es tu jefe, no?, ¿O es ese compañero que te llamó el otro día?, ¡Sos una basura, no servís para nada!, ¡Inútil!
Desde el comedor escucho un solo ruido y eso me deja como muerta, escucho que alguien abre los cajones buscando algo, cucharas, tenedores, cucharones, cucharitas, escarbadientes, destapadores, platos, hasta que el ruido se detiene y solo escucho un ruido, un lamento, no lloró, no gritó, no insultó, simplemente hizo una pregunta, nada más una pregunta y que ni siquiera tuvo una respuesta
_ ¿Por qué?...
No hay lágrimas de parte de ella, no hay quejidos, simplemente un cuerpo cayendo al piso, sólo una mujer que para el mundo pasó desapercibida, para su esposo fue una mala mujer, para mí fue una mujer que nunca pudo ser feliz, una mujer atada a un destino aterrador, a un esposo que no supo valorar el tesoro que tenía a su lado.
Su cuerpo cae en el piso de la cocina, su casa es su muerte, su esposo a quien amó tiempo atrás es ahora su verdugo. Esas paredes su tumba.
El cuchillo tan buscado en los cajones se resbala de sus manos, la sangre de ella provocó que se deslizara al piso, las rodillas de él flaquearon, no tiene siquiera la valentía de quedarse junto a ella, como siempre lo fue se comporta como un cobarde, solo huyendo. Dejando atrás la infelicidad de su mujer, dejando atrás el fin de un ángel, dejando atrás a una testigo de todo ese castigo, solo quedé yo, que vi todo lo que ella vivió, sentí lo que ella sintió, sufrí lo que ella sufrió, sin embargo nunca podré decírselo a nadie. Intenté muchas veces no dejarlo entrar a esa casa, traté de impedir el sufrimiento de ella pero nunca pude lograrlo totalmente, porque él siempre se las ingeniaba para entrar, recibí sus golpes, golpes de puño, patadas, también sus insultos. Pretendí demostrarle a ella que no valía la pena entrar a esa casa, vivir con ese hombre, pero vivía aferrada a la imagen que tuvo tiempo atrás de él. Pude escucharla veces anteriores hablando con su madre, ella tenía esperanzas depositadas en él, ella creía que él podía volver a ser quien había sido antes, aquel caballero del cual se había enamorado; hasta llegué yo a creer lo que ella quería creer. Pero no, el tiempo lo demostró, no era posible volver atrás.
Es en este preciso momento que veo ante mí la terrible escena, lo que siempre imaginé pero nunca quise admitir.
Con la casa vacía y ella muerta en la cocina no hay forma de que alguien se entere de lo sucedido. Solo hay una manera, y a la vez, esa via de dar a conocer tal hecho me permitiría a mi ser liberada de la maldición que hay en esta casa. Esperé hasta que el sol se ocultase, cuando los niños, los padres, las madres, los abuelos, las abuelas, los jóvenes, los autos, las bicicletas, los camiones, los colectivos, las motos, y hasta los animales se encontraran descansando. Fue allí que ya rendida y sin esperanzas con las pocas fuerzas que me quedaban me estiré e hice un suave pero firme movimiento para poder desprender una bisagra, me moví lentamente y arranque la bisagra restante. Con la imposibilidad de verla por última vez, pero sabiendo que mi partida posibilitará que otros la vean. Intento deslizarme por las escaleras del departamento, pero la caída es más fuerte de lo que esperé. Ahora me encuentro libre, libre de la maldición albergada en esa casa.
Tal vez para usted mi accionar no fue de mucha ayuda a tal situación, pero le hago un pedido, póngase en mi posición, ¿qué mas podía hacer yo?, sólo era la guardiana de la casa, después de todo soy sólo una puerta.