Uno nunca termina de conocerse, nunca sabemos cuanto podremos tolerar hasta que no nos vemos desenvolver en medio de las pruebas. Creemos que no podríamos soportar tal aflicción hasta que no la vivimos y vemos que contrario a nuestro pensamiento sí sobrevivimos a ella.
Tenemos planes y expectativas, creemos que si algún día alguna de ellas se derrumbará no quedaría nada en nosotros que nos impulsará de la misma forma en que esos sueños lo hacían. Sin embargo cuando los proyectos caen seguimos de pie y vemos una vez más que no eramos tan débiles como pensabamos.
Pero a medida de que en mi vida sucede cada experiencia y es superada me doy cuenta de mi debilidad, de las veces que intente dejarme caer, las veces que desee tirar todo a la basura y no volver a empezar y fue allí cuando miré hacia arriba y me daba cuenta que no estaba sola. Cuando me dí cuenta que ese deseo de continuar no venía de mi sino de Él, de quién me daba fuerzas y aliento, de quién creía que si yo me entregaba en totalidad a Él si podría porque en Él yo soy victoriosa aún con mis debilidades.
Es así como en estos últimos meses sé que sigo en pie porque Cristo es grande, porque Él es la constante en mi vida, Él es quien da continuidad a mi inestabilidad. Cristo es quien produce en mí el querer como el hacer y que aún cuando para otros esto les parece locura cada día compruebo que locura es la vida que ellos llevan sin descubrir al Cristo que esta detrás de las estampillas, de la cruz de oro, de las iglesias. Es el descubrir diario del Cristo que me acompaña cada día y que me escucha constantemente el cual nunca se rinde de tratar conmigo, porque su amor es obstinado por mi.
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