31 julio 2006

En su mirada hay Poder

Desde mi nacimiento hasta aquel día fui rodeado de la mas profunda oscuridad. Aunque el sol estuviese radiante y sus rayos se filtraran entre las nubes para mi sólo era una eterna noche más.
Los años comenzaron a pasar, llegando un momento en que deje de contarlos olvidando el resultado de la suma... total... nunca sabría si aparentaba ser más joven o si las muchas arrugas inundaban mi rostro. Nunca podría compararme con nadie, sabría si mi aspecto era bueno o malo, sólo se que por mi situación fui dejado a un lado del camino de Jericó. Los sonidos eran mi única guía, ellos eran mis ojos y fue aquel día cuando el sonido de una multitud agitada llamo mi atención y desde allí nada volvió a ser igual.
Supongo que alguien de entre la multitud escucho mis gritos preguntando que sucedía y compadeciéndose me contesto: -JESÚS DE NAZARET esta aquí -. En ese momento mi corazón comenzó a latir con gran fuerza mientras que un nudo ocupo mi garganta y sin darme cuenta me encontraba en medio de la alterada multitud gritando: - JESÚS HIJO DE DAVID, TEN MISERICORDIA DE MI !!! -
En un instante la multitud dejo de moverse y sus gritos callaron, supe allí que algo estaba sucediendo, SU atención fue puesta en mi, mis oídos escucharon su caminar mientras que mi corazón se aceleraba aún más como cual niño ante una gran sorpresa. Acercándose alguien a mi me dijo: -Ten confianza; levántate, te llama- sin pensarlo arroje todo al suelo y me encamine hacia mi única esperanza, Jesús.
Cuando ya me encontraba lo suficientemente cerca Él me pregunto que era lo que deseaba y sin poder hilvanar otras palabras, solo dije: -Maestro, que recobre la vista- en mi finita mente lo único que anhelaba en ese momento era ver. Y así fue, con su fuerte pero dulce voz ordeno mi sanidad y mi vista fue recobrada.
Cuando mis ojos fueron abiertos por Él ya no era más maestro para mi, sino mi Salvador. En ese instante desvié mi mirada por temor a encontrarme ante los ojos del Dios mismo y que eso produjera mi súbita muerte, pensaba que en sus ojos encontraría reproches o castigo, sin embargo tuve ante mi los más santos y perfectos ojos, no recuerdo el color de ellos porque era imposible concentrarse en su color y no en su esencia. Recuerdo aún mi figura reflejada en sus ojos. Santidad infundía su mirada penetrante haciéndome sentir inmundo ante su presencia revelando hasta el pensamiento más oscuro y escondido. Sin embargo pese a mi suciedad Él no se alejo, no huyo ni me juzgo por algún posible pecado que mis padres o yo hayamos podido cometer para ocasionar mi ceguera. Nada de eso, sino que con el amor más puro, más genuino me miro y me perdono.
Con amor verdadero llevo a la luz mis pecados y me amo. Constantemente su mirada penetraba el alma de aquellos que a Él se acercaban, mostrándoles su amor eterno y llevando todo pecado al arrepentimiento. Nada quedaba oculto ante su mirada, todo Él lo conocía, todo lo sabia.
Cuando debió hacer justicia echando a quienes comercializaban en su casa sin dudarlo su mirada se enfureció con enojo santo y realizo la voluntad de su Padre. Cuando sano enfermos, libero poseídos, o hablo a sanos a todos los miro con ojos de fuego penetrantes mostrándoles que Él tenia la autoridad dada desde lo alto, en todo momento su mirada a nosotros, simples seres inferiores, es ahogada por su amor, sus ojos son las luces que revelan nuestra enfermedad y es con esa misma mirada que nos ofrece la redención.
Un día sus ojos se cerraron en medio de un agudo grito de dolor -¡Consumado es!- lagrimas resbalaron desde esa mirada única y perfecta sin mancha alguna. Sus
seguidores y algunos otros tuvieron el privilegio de verlo resucitado días después, yo me encontraba lejos lamentablemente, pero nunca olvidare su mirada mientras me decía: -Bartimeo, tu fe te ha salvado-

1 comentario: