09 junio 2007

Cautiva...



Como cual caminante sobre el pavimento, ella se encontraba en su rutinaria vida, asqueada de dar los mismos pasos día tras día pero reconociendo que su vida dependía de su misma rutina y que el día que en que se rebelara contra su esquema quedaría ante su gran temor, la incertidumbre y el desconocimiento sobre su próximo paso.
En silencio meditando en aquellos pensamientos que la perseguían todos los días se demostraba segura de si misma e inmarcesible ante los posibles peligros que podían atentarle. La armadura que aparentaba tener no era más que una defensa ante los cargos que se le imputaban, su paciencia no era más que una fachada a la ansiedad que la acorralaba. Su sonrisa no era más que un dibujo que exponía cuando las lagrimas recurrentes tomaban un tiempo de reposo. En medio de la nada ella caminaba, como cual somnoliento se pasea en sus sueños, sus respuestas ya programadas y sus movimientos previamente planeados hacían que su vida fuera aún más apestosa. Solo ella conocía sus sentimientos, sus no dados ante quien intentará traerle algo de amor a su vida, no se permitía descubrirlos a nadie sino solo a ella y a su almohada durante las noches.
Luego de un día más de trabajo y de estudio, llegaba a su casa y realizaba las mismas actividades. Buscaba la llave de su departamento que recién habia alquilado para probar una nueva rutina que la acorralaría nuevamente, abría lentamente la puerta prendiendo inmediatamente la luz creyendo que si habría algún ladrón dentro omitiría robarle porque la luz ya había sido prendida! como si los ladrones fuesen una especie de vampiros que le temían a la luz. Despojándose de su bolso, de sus zapatos, de sus abrigos abría una de las alacenas para buscar el alimento de su única compañía que la esperaba todos los días cansada también de su asquerosa rutina.
Lentamente abría la puerta de la jaula e introducía el pequeño recipiente con maíz cerrando rápidamente la jaula nublando toda esperanza de libertad de su compañera. Sus alas las cuales alguna vez habían sido blancas, hoy ya se encontraban grises, sin vida, como cada uno de sus días, sus cuerdas vocales ya estaban cansadas de emitir sonidos pidiendo por su libertad, se encontraba rendida en uno de los extremos de su prisión, de su hogar, de su jaula, escuchando cada día las mismas palabras de parte de ella. <> decía señalando hacia la calle que se veía por la pequeña ventana del diminuto departamento. <> seguía diciéndole ella a esa paloma que tenía desde niña y que había tomado como única compañera... como su prisionera.
Día tras día ambas se encontraban en la misma jaula, en la misma prisión. Los peligros que ella le mencionaba podrían ser verdad, pero nada de eso le quitaría el gusto de haber vivido su vida por ella misma y de sentirle ese aroma de peligro al dar un paso sin saber que vendría como consecuencia.

Sus vidas eran muy similares, ella la cautivadora, ella la cautiva. Una era la carcelera, y la otra la prisionera, pero ambas eran iguales, ambas se encontraban presas, una dentro de una jaula que era lo único que había conocido en su vida. La otra, era presa de sus sentimientos, del prohibirse amar, de encerrarse en aquel mundo que podría llegar a traerle penas pero también alegrías. Ambas eran presas, una fue recluida y la otra aislada por su propia decisión. Tal vez ella, paloma bella, encerrada en aquella jaula que nunca podría volar, simbolizaría el propio corazón de la carcelera que bloqueaba toda acción que le permitiese amar, soñar, temer, sufrir... vivir. Simplemente un ente que caminaba por la calle con su corazón enjaulado omitiendo todo sonido que reclamaba libertad. Omitiendo todo aleteo de aquella bella paloma para demostrar que si bien afuera podría sufrir, valía la pena sufrir para sentirse viva.
Con su corazón atado, con sus sentimientos encerrados, enceguecida allí estaba ella, alimentando su propia cautividad.